lunes, 19 de septiembre de 2011

El doble romance de Paula y Peter (Diario Clarín)


Son la parejita del momento: habitan las tapas de las revistas pero, sobre todo, la pantalla abierta del programa alrededor del cual gira el resto de la TV , el de Tinelli.
Y porque desde allí emergieron, de esa manera se explica su fama veloz y centelleante. Paula Chaves –modelo como tantas y actriz en ciernes– y un productor del ciclo, Peter Alfonso, armaron un romance a cámara, que fue transmitido en vivo de la mano del rating y que se cortó casi por descreimiento: el esfuerzo de producción se notaba en las costuras del idilio.
Nadie puede asegurar que todo fue un invento y que a ellos nada les pasó: quizáninguna intimidad embrionaria pudo contra tanta luz, cámara, acción.
Peter dice en la revista Gente : “Para nosotros ésta no es la segunda vuelta. En cierta forma, es la primera vez que estamos saliendo”.
Lo cierto es que ahora volvieron, cada uno en el papel en que se habían imbuido desde el vamos. Ella, con un toque chic, fresca, encantadora, a mil leguas submarinas de las participantes de trazo grueso del “Bailando por un sueño”, que parecen salidas de un cuadro o una pesadilla de Toulouse Lautrec.
El, el muchacho sencillo de pueblo, que deja indeciso al público en el interrogante si se trata de un vivillo o un bobalicón.
Y, embretado en el traje de hombre común, se sitúa bien lejos de las estrellas y esperpentos del show.
Nada tímidos, se tiran a una pileta de aguas profundas: hablan de casamiento, de a quiénes invitarán a la ceremonia, de los nombres de los hijos por venir. Mientras, confiesan que ni siquiera conviven.
En esa ambivalencia pendulan, interesan, continúan.
Al discurrir sobre “La cultura del famoseo” el pensador francés Gilles Lipovevsky describe el papel de las celebrities como “objeto de intercambio y de conversación en el que c ada cual se define y se posiciona en relación a los diferentes estilos ejemplificados por esas figuras del espectáculo”.
Y es cierto que al abrirnos la puerta de su ¿intimidad? –Peter llega a acusar a Paula de pedirle que masturbe al perro en común– en realidad se abre la puerta para quelos espectadores tomen partido por uno o por otro . O por ambos.
Porque si Ricardo Fort tuvo su hora estelar de comerse el rating contratando novias que pusieran en duda o entre paréntesis su más que obvia preferencia sexual, Paula y Peter no sólo le plantean al público los interrogantes sobre el futuro de la relación sino sobre su mismo signo: si la pareja respira en el paisaje de la realidad o en el de la ficción.
Es decir, aquí la apuesta se dobla: ¿Será casamiento o será guión? Ese borde, ese suspenso, esa levísima tensión mece el sueño de millones y millones que forman esa deidad a la que tanto se le sacrifica llamada rating.

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